Por Rachid Sbihi Ahmed
La Flotilla humanitaria, como saben, es una misión internacional compuesta por más de 40 barcos y cerca de 500 voluntarios procedentes de unos 50 países de todos los continentes, unidos por el objetivo común de romper el bloqueo naval en la Franja de Gaza y denunciar la ocupación israelí, reflejando un amplio respaldo internacional a la causa palestina.
Entre sus integrantes hay activistas por los derechos humanos, sindicalistas, médicos, periodistas, políticos y artistas de más de 40 nacionalidades.
Mientras esta Flotilla cargada con medicamentos era interceptada militarmente en aguas internacionales por soldados del ejército israelí armados hasta los dientes, una parte de la sociedad “ladra” para aplaudir y mofarse de las detenciones ilegales que se han producido, así como del posterior ingreso en prisión de todos sus tripulantes.
Son los de siempre, que han hablado otra vez.
Y, como siempre, lo han hecho para vomitar odio, distorsionar la realidad y convertir el dolor ajeno en insulto.
Esta vez su blanco ha sido una Flotilla que ha intentado romper el bloqueo criminal impuesto por Israel a Gaza para llevar medicamentos a su población.
Una misión civil, solidaria, sin armas y con un objetivo muy claro: entregar ayuda humanitaria a una población arrasada por las bombas.
Pero eso, para los voceros del odio, es un problema.
Justifican la detención ilegal de civiles pacíficos que llevan ayuda a una población masacrada y se burlan de quienes arriesgan la vida para proteger la de otros.
Esta gentuza sin moral, insensible ante la muerte de miles de niños, sin duda podría formar parte de otra flotilla: “la flotilla del odio y de la vergüenza inhumana”.
Son los mismos que se indignan porque unos manifestantes tiren unas vallas, pero no por un hospital bombardeado.
Los que repiten como loros: “Israel tiene derecho a defenderse”, mientras miles de mujeres son enterradas bajo los escombros.
Los que ven a un activista solidario como un enemigo y a un asesino de mujeres y niños con uniforme militar como un héroe.
No hablamos solo de esos políticos o pseudoperiodistas vendidos y sin humanidad.
Hablamos de una parte de la sociedad que ha elegido cerrar los ojos y justificar lo injustificable.
Una mayoría silenciosa que se convierte en cómplice.
Que ve un genocidio en directo y dice: “se lo buscaron”.
Son los que acusan, banalizan, desprecian, insultan, frivolizan y tergiversan, mezclando “churras con merinas”.
Les vale cualquier comodín: ETA, Cataluña, Hamás, Venezuela… da igual.
Los cobardes que, cómodamente sentados frente a sus pantallas, se convierten en parte del crimen.
¿Tan podrido está nuestro sentido de humanidad que nos molesta más un barco con medicamentos que un misil sobre un colegio o un hospital?
¿Tan lejos hemos llegado que los muertos nos dan igual si no se parecen a nosotros?
No hay excusas.
No hay “contexto” que valga.
No son complejos: hay un pueblo masacrado y hay quienes intentan ayudarlo.
Hoy más que nunca, no basta con no ser racista, ni con estar “a favor de la paz”.
Hay que actuar.
Porque el horror no se detiene solo.
Y porque la historia recordará a los que ayudaron… y también a los que miraron hacia otro lado o se rieron del dolor.
Quiero señalar también que una comisión de investigación de Naciones Unidas concluyó que Israel está cometiendo genocidio contra los palestinos en Gaza, con el asesinato de más de 65.000 personas, según estimaciones de organizaciones locales e internacionales.
La mayoría, mujeres y niños.
Pero lo que realmente indigna a esta “basura” no es el genocidio, sino que haya gente que lo denuncie.
Han tildado a los integrantes de la Flotilla de “turistas solidarios”, “activistas radicales” o “provocadores”.
Algunos medios de comunicación, a sueldo de la extrema derecha, los han ridiculizado en tertulias televisivas y en columnas de opinión escritas por profesionales de la mentira y el bulo, con el tono sobrado de quien jamás ha pisado una zona en guerra ni ha sentido la necesidad de defender la vida de nadie que no se parezca a ellos.
Y todo mientras blanquean, día tras día, el régimen colonial israelí que desobedece resoluciones de Naciones Unidas, ignora las sentencias de los Tribunales Internacionales y bombardea hospitales, escuelas y a civiles inocentes que hacen cola para recibir un plato de comida.
Todo esto sin consecuencias y con total impunidad.
Pero claro, para quienes defienden que la compasión tiene ideología y que los derechos humanos son selectivos, eso no puede permitirse.
Prefieren una ciudadanía anestesiada, indiferente, que se trague su relato de “Israel como víctima” mientras decenas de miles de palestinos mueren bajo los escombros.
Es curioso: quienes tanto se llenan sus sucias bocas con palabras como “libertad” y “democracia” no han tenido ni una condena firme al genocidio de Gaza.
Ni una.
Pero les faltan minutos para atacar a quienes tratan de evitar que los palestinos mueran de hambre o de infecciones evitables.
¿Solidaridad internacional? Les suena a comunismo.
¿Derecho internacional? Solo si beneficia a los ricos y poderosos.
Y sí, que sigan “ladrando”.
Que la denuncia molesta.
Que la verdad incomoda.
Y que, al final, la historia no la escriben los cobardes.
La Flotilla humanitaria ha cumplido, aunque intenten hundirla con mentiras.
Cuando algunos “ladran”, es señal de que la Flotilla de la Libertad ha navegado bien.
Y esa, aunque les joda, es la única bandera que merece respeto.
“¡Viva Palestina libre!”
