La nieta del humanista: «La patria que un día le condenó al exilio le abre los brazos»
El Campello ha sido testigo de un emotivo acto de justicia histórica con la inhumación de Rafael Altamira y su esposa, tras su repatriación desde México. La ceremonia, presidida por el Rey Felipe VI, contó con la presencia de familiares del humanista, además de destacadas autoridades nacionales, autonómicas, provinciales y locales, así como juristas, académicos y militares de toda España.
Entre los asistentes se encontraban el ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, Ángel Víctor Torres; la delegada del Gobierno, Pilar Bernabé; el presidente de la Generalitat, Carlos Mazón; el presidente de la Diputación, Toni Pérez; y el alcalde de El Campello, Juanjo Berenguer, entre otros representantes institucionales.
La llegada del monarca fue recibida con aplausos y vítores por parte de los vecinos, reflejando el carácter solemne y emotivo del evento. Durante su intervención, María Luz Altamira, nieta del insigne humanista, destacó el significado de la repatriación, afirmando que «la patria que un día le condenó al exilio le abre los brazos». Sus palabras subrayaron el valor de la memoria histórica y la justicia simbólica que este acto representa.
El alcalde de El Campello, Juanjo Berenguer, celebró la culminación de un largo proceso de gestiones administrativas y la colaboración de diversas instituciones, permitiendo que Altamira descanse finalmente en el camposanto de la localidad, cumpliendo así su expreso deseo.
Un legado de concordia y justicia
Rafael Altamira, nacido en Alicante en 1866, fue un ferviente defensor de los valores democráticos, el diálogo y la educación. En reconocimiento a su trayectoria, fue propuesto en dos ocasiones para el Premio Nobel de la Paz, en 1933 y 1951. Integró la Comisión de Juristas de la Sociedad de Naciones en 1920, contribuyendo a la creación del Tribunal de La Haya, donde sirvió hasta 1940.
Exiliado a México en 1944 tras huir de la ocupación nazi en Europa, Altamira dedicó sus últimos años a la docencia y al activismo intelectual. Falleció en 1951, dejando un legado que sigue vigente en el ámbito académico y jurídico.
Su repatriación y descanso final en El Campello representan el cumplimiento de su deseo expresado en vida: «Cuando se me aparte de la vida oficial, me retiraré al rincón de mis amores más gratos: a Campello». Un sueño que hoy, 74 años después de su muerte, se ha hecho realidad.
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