Juan José Contreras
Los verdaderos enemigos de la libertad nunca han estado en los partidos sino en nosotros, los ciudadanos que hemos dejado de vigilar y exigir a nuestros representantes el cumplimiento de sus promesas. Nuestra desidia y atonía ante la arbitrariedad en la aplicación de las normas de nuestros representantes, el ejercicio injusto del poder que hemos depositado en ellos, el robo de la dignidad a los más desfavorecidos, la compra de voluntades a través de las subvenciones y puestos de trabajo, la indignidad que el ciudadano observa en el sometimiento de sus representantes a la voluntad del más fuerte, la incapacidad para acometer con la integridad requerida el gobierno que la sociedad les ha otorgado, la ocupación partidista de las instituciones, la falta de honradez necesaria en el ejercicio del poder, el retorcimiento impune de la Ley para lo que no es legal al menos lo parezca, el enriquecimiento ilícito, la falta de actitud y aptitud de quien debe guiarnos y la desconfianza que todo ello produce en el ciudadano, es lo que nos lleva a un peligroso hartazgo que se constata cuando los que dejan de ejercer el derecho al voto, son tantos, que en alguna ocasión llegarán incluso a ser más que aquellos que lo ejercen.