Por Juan A. Gutiérrez Torres (ex sindicalista, por poco tiempo 😉)
Hay una especie que abunda cada vez más en las empresas: el sindicato diminuto. Ese que, con cuatro votos (y a veces ni eso), se cuela por la puerta, planta bandera y actúa como si hubiera ganado las elecciones generales. En cuanto consiguen un delegado, ese personaje se transforma. Pasa de ser un compañero más a creerse el sheriff del lugar, y claro… empieza el espectáculo.
Estos mini-sindicatos no vienen a construir, vienen a hacer ruido. No buscan acuerdos ni soluciones, sino titulares, bronca y protagonismo. No representan a la mayoría, pero se comportan como si fueran la voz de todos. Y mientras se dedican a lanzar comunicados, interrumpir reuniones, presentar denuncias bobas ante la Inspección de Trabajo y sembrar mal ambiente, los verdaderos problemas de los trabajadores siguen ahí, sin que nadie los defienda de verdad.
Lo más triste es que el sindicalismo, en su esencia, es una herramienta noble. Nació para proteger al trabajador, para equilibrar la balanza frente al poder empresarial. Pero cuando cae en manos de gente que solo busca notoriedad o venganza personal, se convierte en una caricatura de sí mismo. Y hacen daño, mucho daño. No solo a la empresa, sino también a los compañeros y compañeras que dicen defender.
He visto delegados que, con apenas una decena de votos, van por los pasillos dando órdenes, amenazando, exigiendo privilegios… Y lo más gracioso es que se creen intocables porque llevan una chapa en el pecho. Pero detrás de esa actitud no hay compromiso ni valentía sindical: hay ego, hay resentimiento y, sobre todo, una falta total de responsabilidad y de conocimiento de lo que es el sindicalismo de verdad.
El resultado de estos sindicatos de pacotilla es el de siempre: ruido, enfrentamientos y desconfianza. Y los trabajadores y trabajadoras, que al final solo quieren un entorno justo, seguro y digno, acaban hartos tanto de la empresa como de los “representantes” que solo buscan liarla.
El sindicalismo de verdad no se mide por decibelios ni por amenazas, sino por resultados, por diálogo y por la defensa real de quienes trabajan. Los que se suben al carro con cuatro votos y mucho ego deberían recordar que un delegado no es un rey, es un servidor. Y si no entienden eso, más les valdría dejar el megáfono y volver al tajo, que a muchos les hace falta.
El problema es que se piensan que el cargo es para siempre… y cuatro años pasan en un suspiro.




