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martes, abril 1, 2025
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Una tormenta anunciada: El abandono institucional amenaza a Ceuta

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ABDELKAMIL MOHAMED ( PRESIDENTE AAVV PRINCIPE ALFONSO )

Tras un breve periodo de calma tras la última oleada de violencia que sacudió profundamente nuestra barriada, volvemos a percibir señales claras de una tormenta que se aproxima con dolorosa familiaridad. El aumento de actos vandálicos, la pérdida alarmante de valores entre nuestra juventud y el persistente abandono institucional conforman un patrón que amenaza con revivir tiempos oscuros para nuestras comunidades.

Este fenómeno no solo afecta a nuestras barriadas más desfavorecidas, sino que tiene un impacto directo y negativo en toda Ceuta. Nos encontramos en una zona relegada al margen de la normalidad, donde la administración ha optado por mirar hacia otro lado, creando un ambiente de desesperanza donde la ley del más fuerte parece prevalecer. En este contexto, nuestros jóvenes, que deberían ser los protagonistas de un futuro esperanzador, se ven atrapados por circunstancias que solo perpetúan la exclusión y el conflicto.

Los datos hablan por sí mismos: un aumento de robos menores, agresiones entre menores, y el deterioro de los espacios públicos que deberían ser puntos de encuentro y convivencia, pero que ahora son focos de miedo y degradación. Las familias, impotentes, observan cómo sus hijos se deslizan por una pendiente peligrosa, cada vez más cerca de la marginalidad, sin una red de protección efectiva que los detenga o los guíe. Las escuelas intentan hacer lo que pueden, los centros sociales están desbordados o cerrados, y las oportunidades de formación y empleo juvenil siguen siendo escasas o inexistentes.

Lo que ocurre en barriadas como El Príncipe, Los Rosales o en cualquier otro de estos barrios olvidados no es un problema aislado, sino un síntoma profundo de una ciudad fracturada. La falta de atención institucional a estos territorios no solo debilita a sus habitantes, sino que contribuye a una fractura social que afecta a toda Ceuta. No puede haber paz social ni desarrollo real mientras existan zonas enteras sumidas en el abandono, con generaciones de jóvenes condenados a vivir con la desesperanza como única herencia.

A quienes nos acusan de ser siempre las víctimas, les decimos lo siguiente: no queremos compasión, queremos justicia. No hablamos desde la queja vacía, sino desde la experiencia de quienes ven cómo su barrio se desangra lentamente sin que nadie haga nada por evitarlo. Si levantar la voz para exigir que nuestros jóvenes tengan acceso a una vida digna es ser víctimas, entonces seguiremos gritando. Porque no estamos llorando por nosotros, sino luchando por ellos. Por los que vienen, por los que aún sueñan con un futuro distinto.

A los jóvenes de nuestras barriadas, les decimos con el corazón en la mano: no toméis el camino fácil del odio, la violencia o el delito. Muchos ya lo hicieron antes y sabemos bien a dónde lleva ese camino: a la cárcel, al sufrimiento, a la pérdida de vidas que aún no habían comenzado a florecer. Ese camino no tiene salida, solo deja dolor, cicatrices y familias rotas. Vosotros sois más grandes que vuestro entorno, más fuertes que las circunstancias. Buscad el cambio, buscad apoyo, levantad la voz, pero no os destruyáis. Porque sin vosotros, no hay futuro posible.

La situación requiere una intervención inmediata y profunda por parte de las autoridades. No se trata de repartir culpas ni de caer en la resignación, sino de reconocer el problema en toda su magnitud y actuar con responsabilidad para cambiar el rumbo actual. Es imprescindible contar con políticas efectivas que enfrenten el abandono estructural, la exclusión social y la violencia latente que ponen en peligro el futuro no solo de esta barriada, sino de toda la ciudad.

Es urgente que se implementen medidas de presencia institucional real, con una inversión sostenida en los barrios más necesitados. También son necesarias políticas sociales valientes y programas que escuchen y empoderen a la comunidad. Además, debe haber voluntad política y, sobre todo, humanidad. Porque no estamos hablando solo de estadísticas o informes técnicos, sino de vidas reales, de niños que podrían ser nuestros hijos, de madres que luchan cada día para que sus familias no se hundan.

La tormenta está en camino, y es el momento de actuar con decisión, antes de que sea demasiado tarde para lamentar lo que ya hemos advertido con demasiada claridad.

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